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CRÓNICA

Bajo el sol de la Albufera

Un viaje en barca entre recuerdos y naturaleza

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Paisaje visto desde la barca "La Cleo". Fuente: Arturo Robinson

Escriben Laura Cardona y Miriam Espinosa València 14 de mayo de 2025

El sol brilla fuerte sobre el porche donde esperamos, mientras los bares cercanos empiezan a despertar, preparando la jornada. A pocos pasos del embarcadero, un cartel ofrece una breve introducción a la historia de la Albufera. Pero pronto, una voz nos interrumpe: “¿Sois el grupo de las once?”, pregunta una chica sonriente. La seguimos hasta llegar a La Cleo.

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Nos embarcamos los cinco, con Carola Felip como guía y su marido al timón. Felip nos cuenta que La Cleo fue construida por su padre, especialmente para ella. Mientras navegábamos nos explicó que durante años, fue guía en Nepal, pero pensó: "Si hago rutas allí, ¿por qué no aquí, en mi casa?". Hoy es la única mujer pescadora de la Albufera, aunque aún no tiene licencia para utilizar los puestos fijos y pesca sólo desde la barca. Su conocimiento del entorno es sorprendente, y cada palabra que comparte revela un vínculo profundo con el agua, el viento y las especies que habitan en este ecosistema tan especial. Sus ojos brillan mientras habla, con esa mezcla de orgullo y amor que sólo tienen quienes viven arraigados a su tierra.

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La embarcación se desliza por aguas poco profundas, entre un metro y medio y dos. A nuestro alrededor, las barracas tradicionales en la orilla. Felip nos señala dos colomones, esbeltos, elegantes y con un plumaje característico azul, a los que ha bautizado como Felipe y Juan Carlos. “Mi familia real”, dice entre risas. También señala un nido cercano, donde asoma la cabeza de una cría aún sin plumas.

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Dejamos atrás la estrecha acequia y llegamos a una zona más abierta. Desde allí, Felip nos muestra a lo lejos su casa de infancia y su pueblo, Sollana. Pasamos cerca de los mornells, las estructuras de pesca que los pescadores con licencia utilizan para capturar peces. A lo lejos, lo que parece el borde de la laguna resulta ser su centro. “La Albufera es enorme y tiene corrientes. Si estuviera cerrada, sería agua estancada sin vida”, nos explica.

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Afloran los restos de la DANA, un tronco que flota cerca. “Esta zona no fue la más afectada, pero aún quedan residuos por limpiar”, comenta Felip. Vemos peces saltar y aves volar entre las cañas. Nos adentramos en otra acequia, El Rastre, un lugar que Felip conoce al detalle. La Albufera alberga tortugas, serpientes, Cangrejos azules, Lisas y hasta murciélagos, que controlan la plaga de mosquitos. Cada rincón tiene su historia, su nombre, y ella los pronuncia como si recitara versos.

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De regreso, nos muestra la barraca donde se casó, en una época en la que no era común hacerlo en esa zona. Sonríe con dulzura mientras nos enseña fotos de su vestido de novia. Al llegar al embarcadero, un hombre que paseaba por allí dice que La Cleo es la barca más bonita que ha visto en la Albufera. Más que un paisaje, hemos vivido una historia contada por quien la habita y la ama. Una vivencia íntima y auténtica, que transforma una excursión en un recuerdo que perdura.

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