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CRÓNICA

La jornada silenciosa de Mustafá

Con tan solo nueve meses en La Albufera, ya forma parte de una tradición viva

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Mustafá al llegar de la jornada laboral enfrente del edicio de pescadores. Fuente Gerard Millas

Escribe Gerard Millas

Castellón 13 de mayo de 2025

Bajo la luz del alba, cuando la calma todavía está presente en el paisaje de La Albufera, los pescadores dan por iniciada su jornada. La técnica principal es la pesca en puestos fijos, conocidos como “caladas”: redes fijas que se sortean entre los pescadores cada año y permanecen en el mismo sitio desde noviembre hasta abril. No requiere la presencia del pescador diariamente, depende del tiempo, se revisan las caladas cada dos o tres días con la esperanza de encontrar Anguila, Lisa o incluso Cangrejo Azul.

 

Estos pescadores son herederos de una tradición que se remonta a más de setecientos años atrás y Mustafá, que no dispone de un lugar fijo durante su jornada laboral, es uno de los pocos pescadores que hoy en día mantiene viva la pesca ambulante de este paraje. Su rutina empieza antes del alba, se sube a su barca a las cinco y media de la mañana y se dirige hacia los canales y lagos de La Albufera. El movimiento tiene que ser firme, pero delicado, porque con una maniobra brusca podría perder la captura. El trabajo es duro, repetitivo y muchas veces condicionado por los caprichos del clima. Cada día es diferente, depende del tiempo, de la época. Días como el de hoy, de primavera y con un Sol radiante que mantiene las aguas de La Albufera quietas, Mustafá recoge casi 300 kilos de Lisas, el pescado más abundante de esta zona para la pesca ambulante. 

 

Es la hora de volver. El sol ya está muy alto y el agua reluce como un espejo. Mustafá atraca su barca con precisión, acostumbrado a los gestos repetitivos de cada jornada, frente al edificio de pescadores. Con movimientos ágiles, empieza a quitar las Lisas de las redes. Las manos funcionan solas, mientras deposita una a una dentro de las cajas amarillas, ordenadas por medida y por peso. El olor a pescado fresco envuelve el aire de las calles más próximas al río mientras sus compañeros llegan a su ayuda desde el interior del edificio. Todo tiene que estar pesado antes de la una del mediodía, cuando empieza la llegada de los cocineros y encargados de los restaurantes.

 

Él habla poco, pero siempre tiene una sonrisa cuando entrega las cajas llenas. Tan solo lleva ocho meses navegando por La Albufera, pero para el resto, forma parte de este parque natural, es uno más. Las cajas entran en el edificio, son pesadas y el pescado ya está preparado para servir a la población del Palmar. El día ha sido bueno. La Albufera vuelve al silencio, como en el inicio de la jornada. Mañana, bajo la luz del alba, todo volverá a empezar. Entre las redes y el agua, emprenderá de nuevo su viaje. Mustafá encarna una forma de vida que resiste el paso del tiempo. Su trabajo y sus manos, son parte del paisaje, como las aves y arrozales que ve cada día. En un mundo que cambia deprisa, donde fenómenos meteorológicos afectan de lleno a nuestro día a día, él representa la herencia viva de un oficio milenario. Mientras la ciudad duerme, en este rincón de El Palmar, la vida sigue su curso al ritmo de La Albufera.​

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